Identidad olfativa: lo intangible que marca 🎾☕️

Axe

Play-Doh

Ferrero Rocher

Fabuloso Lavanda

Zara Home

Ferrero Roche

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Desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que el cuerpo se rinde por la noche, andamos envueltos en una sinfonía invisible. Una coreografía de olores que se cuela sin permiso y se instala donde menos imaginas: en la memoria.

Tu casa huele a ti, a tu perro, a lo que cocinaste hace tres días. La ciudad también: a maíz frito, asfalto caliente, humedad y tráfico intenso. Aunque no lo notes, tu olfato ya hizo captura de todo.

Los olores son marcas no registradas. Sabemos cómo huele un Zara Home sin ver el cartel. Un chocolate Ferrero, aunque esté cerrado. Un carro nuevo, aunque nunca hayas tenido uno.

Y sí, también olemos cuando un cliente se tomó tres espressos antes de llegar. Y si fue una cápsula Volluto Decaff de Nespresso, mejor: no necesita andar presumiendo que se levanta a las 5 a.m. para hacer journaling. Ya huele a hustle culture con leche vegetal.

Nuestra abuela ya no está, pero su olor sigue colgado en la percha del tiempo. Ese pañuelo olvidado, el frasco de crema que nadie usa, el cajón que huele a talco y tardes de 1998. Objetos que nadie lava porque borrar ese olor sería traición.

El olfato no olvida. Nos alerta, nos calma, nos pone sentimentales y también nos tienta a comprar. Hoy las marcas usan aromas para convertir el aire en identidad. A veces lo hacen bien, otras, lo ponen tan invasivo que quieres salir corriendo. Pertenecer ahora huele caro.

Y sí, hasta dormimos oliendo. Estudios muestran que soñamos con olores que solo existen en nuestra cabeza. Pero los sentimos. Y se quedan.

Mira esto: un estudio del Sense of Smell Institute dice que el 90% de las personas recuerda el último olor que se topó, mientras que solo el 50% recuerda lo que vio al mismo tiempo. Otro estudio de Rockefeller University dice que, a corto plazo, recordamos solo 1% de lo que tocamos, 2% de lo que oímos, 5% de lo que vemos, 15% de lo que probamos y 35% de lo que olemos. No hay pierde: el olfato es el campeón para hacer que algo se quede en la cabeza.

Los olores son lo analógico en esta era digital. Lo tangible sin tener que tocar. En tiempos de scroll, swipe y pantallazos infinitos, el olfato sigue siendo lo más humano que nos queda.

Una bocanada y estás en la casa de tu infancia. Una fragancia y revives esa ruptura. Un ambientador barato y piensas en la sala de espera del doctor. El olfato no miente.

Así que hazte esta pregunta: ¿a qué huele tu marca?

Una buena idea puede sonar bien, verse increíble… pero si también huele a algo, ya se volvió un recuerdo.

Y ojo, porque el futuro viene con todo. Las generaciones Alfa y Beta, esos nativos digitales que ni saben lo que era un mundo sin pantallas, están despertando una necesidad gigante: sentir más. Necesitan usar sus sentidos para viajar sin mover ni un dedo, para conectar con emociones y memorias en un mundo cada vez más virtual.

El perfume y el aroma de una marca van a ser clave en ese futuro multisensorial. No solo como lujo o moda, sino como un puente para sentir, estar presente y crear experiencias que vayan más allá de la pantalla.

Por eso, el poder del olfato no es solo historia, es futuro. Y las marcas que lo entiendan van a tener ventaja en conectar con esos putos modernos que buscan vivir y sentir con todos sus sentidos.

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